11 de marzo de 2014

Los productos culturales de mi infancia: las caricaturas y series animadas

El catálogo oficial de bienes culturales es enorme, los hay para todos los gustos, la industria cultural los pone al alcance. Al repasar los títulos de las caricaturas y series animadas que vi durante mi infancia descubrí que son más de 60. Al dar una lectura al texto de Horkheimer y Adorno no pude evitar pensar que el contenido y lo “emocionante” de cada una de ellas estaba ya predispuesto para que me gustara, para evitar la capacidad de análisis y el adiestramiento fantástico de mi realidad, de la tergiversación de la verdad. En cada capítulo de cualquier producto cultural que vi se manifestaba una tendencia a repetir el drama con diferentes personajes y ambientaciones; eran una burla a mi pequeño mundo donde la violencia y los contenidos sexuales estaban prohibidos y precisamente por eso eran más interesantes.

Ren y Stimpy, ¡Ay! Monstruos, La vaca y el pollito, Soy la comadreja, Coraje, Cat-dog, Ed, Edd y Eddie son la clase de caricaturas grotescas que solía ver y ahora no soporto. De niña parecía intrigante que los personajes pudieran ser tan vulgares y divertidos a la vez, me causaba risa y frustración. Dragon Ball Z, Ramna ½ y Digimón formaban parte de esas series que tenían un mundo alternativo a la realidad, uno con extratrerrestres poderosos de los que Goku siempre “nos” salvaba por su amor a la Tierra, otro donde se podía cambiar de sexo con agua fría o caliente, uno más donde las tecnologías habría evolucionado a tal punto que podríamos viajar a un mundo paralelo con digimon.

En todas las caricaturas lo torpe y estúpido se volvió tan usual que lo lógico quedaba excluido de la definición de diversión. Las adaptaciones de los Looney tones, Scooby Doo, La Pantera Rosa, Tom y Jerry a su versión infantil ahora tiene sentido a la luz de mejorar la mercancía de la industria cultural para mantener al espectador frente a la pantalla, al pendiente de los detalles que cambian, pero que en el fondo son la reproducción del original, completamente desvirtuado. Esa fantasía y falta de sensatez se traspasa a las acciones cotidianas, deseando que la “magia” en efecto existiera, borrando la línea entre la imaginación y la realidad; pero esa imaginación ya ha sido moldeada, orientada hacia ciertas imágenes que demandan más productos culturales, para evitarme la fatiga de construir por mi misma algo nuevo bajo el sol, si es que se pudiera.

Cuando no están los padres, física o emocionalmente, la industria cultural se hace presente a través de la caja negra para sustituir el papel de educador, distractor y formador de los juicios, ante la ausencia de los padres el instructor era la programación del “Canal 5” de la televisión abierta, esa televisión tan democrática que solo alcanzaba para sintonizar el Canal de las Estrellas y Tv azteca. Una aparente identificación de mi con los personajes bastaba para quedarse de una a varias horas frente al televisor. Los personajes se mofaban de las normas morales, éticas y religiosas impuestas en casa, pero que nunca se discutía su contenido. Jony Bravo se burla del acoso sexual; la pereza, gula y egoísmo se ejemplifica en Garfiel, Bugs Bunny normaliza el descaro, la mentira, ridiculiza al sensato.

Los padres fomentan la visualización de caricaturas que consideran aptas para sus hijos y satanizan otras más. Daniel el Travieso, Los Picapiedras, Rugrats, The Wild Thornberrys, Dexter, Los supersónicos, Érase una vez la vida e incluso El pájaro loco se ganan el “afecto” de los padres, quienes adjudican a dichas series valores morales y éticos y gran contenido que otras caricaturas han sustituido por la violencia excesiva; o al menos en su opinión, en la formación que ellos mismo tuvieron, basados en los productos culturales que ellos consumieron y que insisten en perpetuar con un argumento tan trillado por la supremacía de otros productos en otros tiempos. Pokemón, Sakura card captors, los castores cascarrabias, Las chicas superpoderosas y Sailor Moon en su opinión no tienen las características necesarias para que sus hijos las vean, por la crueldad, los animales exóticos que asemejan demonios, las actitudes despóticas y su contenido sexual.

Sin embargo las caricaturas evolucionan, ya no es un dinosaurio rosa el que enseña los colores, sino Hora de aventura, Bob esponja o Pocoyo; y nos hace caer en el dicho de generaciones pasadas: “las caricaturas de mi época eran mejores.” Los consumidores mismos excluyen a quienes no probaron esos productos masivos, se les relega del círculo, del chiste, de la risa en común y la diversión; de las discusiones en torno a un capítulo, un personaje… un detalle; se les trata como una especie rara y son empujados a una actualización de sus productos culturales, para ser homogéneos y satisfacer sus necesidades de distracción con los mismos programas.

Los clásicos, esos productos que trascienden épocas por su rating y el beneficio que obtiene de ellas la industria cultural, son nuevamente vistos en la programación normal: Alvin y las Ardillas, Los pitufos, Power Rangers, o las series de superhéroes. Otras quedan en el olvido, recordados por la poca audiencia Dr. Slump, Pepe le pew, Dientes de Fierro o las tres mellizas. Pero el mercado no pierde ninguna oportunidad de lucro y hace programas especiales, ediciones remasterizadas, ciclos de cine, venta y reproducción online; poniendo al alcance de los sentimentalistas a Chip and Dale, Don Gato y su Pandilla, Capitán Cavernícola, El Demonio de Tazmania, La hormiga atómica, etc. Y también están a nuestro alcance los productos inútiles de edición limitada como playeras, muñecos de acción, tazas, lápices y mil tonterías que compramos para recordar viejas épocas, de cuando éramos niños. La industria cultural saca provecho hasta de la nostalgia por nuestra infancia.


Referencia
Max Horkheimer y Theodor Adorno, La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas. Publicado en Horkheimer, May y Adorno, Theodor, Dialéctica del iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1988.

19 de febrero de 2014

Hablemos de la tarea. Plagio en los trabajos escritos y el síndrome de la hoja en blanco

Dos palabras, quizás cuatro, cinco... borras todo. A menudo no sabemos cómo iniciar un escrito, las ideas dan vueltas y nada concretamos. Me ha pasado muchas veces y mis profesores me dijeron que se debía al "síndrome de la hoja en blanco". Al principio lo acepté por su autoridad intelectual, pero con el tiempo no era suficiente para explicar lo que me pasaba al hacer la tarea, sentía que había otras cosas detrás de esa "aparente incapacidad". Ahora les comparto lo que pienso de eso, esperando que puedan darse la oportunidad de liberar su potencialidad creativa al hacer sus tareas.


Escribir es una experiencia emocionante porque la mente ordena, clasifica y transforma las ideas a plasmar; a la vez es frustrante por temor a que el "ego" sea destrozado cuando el profesor revise el texto. Para no hacerlo ponemos pretextos como la falta de ingenio, la indisposición, el miedo, la incomprensión de lo que se lee o de lo que nos piden. Los alumnos suelen hacer trampas cuando se trata de un trabajo escrito, dígase resúmenes, reportes, notas críticas, ensayo, proyectos, etc.; no tienen que contármelo lo hice y mis compañeros de clase también. 

Lo más común es encontrar trabajos que cortan y pegan párrafos enteros de páginas de internet: Wikipedia, Rincón del vago, Yahoo respuestas, Monografías.com, etc.; y se delatan por no quitarle las ligas URL y ser idénticos a los demás trabajos, exceptuando el estilo de letra. Hay quienes transcriben párrafos de las lecturas que dio el profesor, creyendo que al seleccionar "los más importantes" habrán satisfecho los requisitos mínimos de la tarea. Otros más escriben literalmente las palabras del autor sin darle el crédito que se merece: sin citas, ni comillas o una referencia de las páginas o libros consultados. Lo triste del asunto es que cuando conocemos lo que es el "plagio" hemos hecho ya un robo masivo de ideas, que por ignorancia o desidia lo habíamos convertido en algo habitual.

Cuando iniciamos el proceso de pensar por nosotros mismos nos apropiamos de frases de los libros, maestros, películas, comerciales y por supuesto las redes sociales mencionándolas a diestra y siniestra como si fueran nuestras, haciéndolo "normal". Cuando comprendemos el transfondo y el alcance de lo ya dicho y escrito entramos a la fase de la vergüenza, por haber sido ladrones de ideas y haber engañado al maestro o quien leyó nuestros trabajos. Pero el maestro no es tonto, conoce las tretas, el error ha sido dejarnos permanecer en ese estado, permitiéndonos entregar trabajos de dudosa procedencia; no obstante hay quienes nos exhortan a evitar el plagio académico, mostrándonos las repercusiones que ese simple acto acarrea: el desprestigio y violación a la ley de los derechos de autor. 

Ya que somos conscientes de la ética a que nos comprometemos inicia una fase de obsesión por dejar claro el origen de nuestras referencias mentales, "influencias". Poco a poco nuestro pensamiento se nutre y nuestra capacidad para razonar se incrementa, reflexionamos y analizamos no solo la tarea sino lo que leemos, vemos y escuchamos. Hay quienes lo descubren fácilmente y quienes tardan un poco más, sin embargo esa capacidad creativa está en todos. Se nos muestra como la originalidad, los aportes, una crítica, juicios fundados, análisis reflexivo, como una estructura y organización dentro del texto, reflejo de nuestros pensamientos. La tarea no es para agradar al maestro, es para enseñarnos a pensar por nosotros mismos, a comprender lo que el hombre ha pensado desde tiempos inmemorables y significar nuestro presente.

En mi experiencia como estudiante he probado muchas técnicas para redactar, organizar mis ideas y las del autor, estudiar antes de un examen o repasar aspectos importantes. A la hora de sentarme a escribir lo que más me ha ayudado es simplemente "escribir", se que parece simplista, pero solo lo es en apariencia. Al poner dos palabras, quizás cuatro, cinco... las que vengan a tu mente has dejado atrás la hoja en blanco y aunque después borres todo lo habrás hecho porque has pensado algo mejor, has decidido que puedes mejorar lo antes escrito. Conforme avanzas, regresas al texto original, lo relees y lo transformas para decirlo con tu propio léxico. Cuando te das cuenta llevas una oración completa, un párrafo, dos, una cuartilla; ves que el segundo quedaría mejor al inicio y lo cambias, empiezas ese proceso de organización de las ideas.

También ayudan las fichas técnicas, organigramas, mapas mentales, conceptuales, seguir una estructura establecida por el profesor o el tipo de trabajo que vayas a realizar (reseña, ensayo, cuento, protocolo, etc.). En todos ellos habrá algo en común: idea general, ideas secundarias y conclusión; un esquema básico de construcción del pensamiento dado por la Lógica, utilizado en todas las ciencias y disciplinas. Con la experiencia te darás cuenta de que tienes una manera especial de comunicarte por escrito, que no dista mucho de la forma en que hablas: los que van directo al grano, los “choreros” (como yo), los que tienen un grado elevado de reflexión, lo que “cantinflean”, los sintéticos, los románticos y muchos más.

¡Arriésgate a escribir!, a ser ético hasta en las tareas más sencillas, a dar el mérito a quién pensó eso antes que tu, a ser corregido y aprender de tus errores. Piensa qué hay detrás de una simple frase, ya sea en la televisión, la radio, las redes sociales, la lectura del profesor, el discurso del político. Escribe lo que piensas y revisa lo que escribes, léelo y reléelo, encontrarás más que decir con cada borrador. Todos los intelectuales lo hacen, ninguno publica su texto a la primera, debe pasar por una revisión, no solo la propia, sino la de editores, correctores de estilo y colegas. Date tiempo para meditar por qué debes hacer esa tarea ¿mero capricho del profesor?, ¿por qué quiere martirizarte durante el fin de semana o vacaciones?, ¿de dónde vienen tus propios prejuicios acerca de la tarea? En resumen: lee, comprende, piensa, escribe y reescribe.

Esperando ser de ayuda y no haberte aburrido me despido de ti querido lector.
DiGaMaLa

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