15 de junio de 2015

Historiadora loca hace un desnudo de mente

¿Por qué sabemos tan pocas cosas de nuestro pasado? Hasta hace poco no tenía el mínimo interés en la historia de mi propio terruño. Me enfrasqué en encontrar el hilo de la maraña de la historia nacional con un éxito poco palpable, luego probé pequeños temas que además de interesantes son difíciles de justificar frente a los académicos de envergadura. Recientemente dejé de vagar del DF a la ciudad de Querétaro y estando mis pies firmes en San Juan del Río me ha incendiado una curiosidad casi enferma por conocer su pasado. ¡Vaya noticia! el encontrarme una historia escueta, olvidada y trunca. Y como siempre lo relacioné conmigo misma, dando una explicación según mi juicio. ¿Qué demonios nos pasa a los sanjuaneses? ¿Por qué esa manía de dejar ir sin testimonio?, ¿Por qué esas ansias en los pies de salir, de cambiar de aires?


En retrospectiva siempre he querido viajar, me consideraba una mujer nómada, sin lugar de origen, no porque no supiera dónde nací, sino porque no sentía un lugar tan mío como para decir esta es la tierra que me vio nacer, en la que vivo y en la que moriré. No estudio a San Juan sólo porque sea de aquí, porque sea un deber cívico o una demanda implícita de mis contemporáneos y coterráneos quienes creen que por el simple hecho de ser historiadora debo saberlo todo; lo estudio porque mi curiosidad demanda ser complacida, conocer mi propia historia, cómo es que estoy aquí, explicar por qué soy como soy. Es un deseo que llena este escrito con fresca subjetividad, de algo egoísta de mi parte, en un intento de llenar los espacios que hasta ahora estaban vacíos de mis antepasados; de un supuesto tatarabuelo nacido en Tequisquiapan, un bisabuelo terco como la mula muerto a balazos, la historia perdida de los tianguis en el ahora Jardín Independencia donde mi abuela siendo niña vendía tortillas hechas a mano junto a mi bisabuela; y qué saber y qué contar de todo aquello que como la neblina se dispersa sin dejar rastro y queda en el olvido.

Las ideas corren y no pesco todas, solo un hilo de mis deberes en casa, de mis propósitos del año, del recuerdo de mis amigos, de lo que soñé anoche. Soñé de nuevo con ese hombre maravilloso al que amaré por siempre, lo vi más cerca, pero aún no veo su rostro, me impaciento al sentirlo cerca y que no me vea. Soñadora empedernida que cree en el amor y la confianza, esa soy yo. Llevo siempre una mente imaginativa a donde quiera que vaya, me encuentro en misa pensando en muchísimas posibilidades del pasado: y si hubieran escondido todos los objetos de valor durante la Revolución… y si hubieran dejado abierto los túneles que van de la iglesia hasta casi Lomo de Toro… y si hubiera habido alguien que llevase un diario  durante la Colonia… y si fuera tan fácil ubicar la historia perdida. Entre dimes y diretes se fue formando la historia, pero no es una novedad, sin embargo es frustrante hallar tan poco que es razonable explicar cómo se formaron los mitos. Que a mí se me hace tan poco saber que lo más representativo de San Juan del Rio sea “el puente de la historia”, que cuando voy al panteón me veo rodeada de gente que ahora no tiene voz y a la que me gustaría escuchar. Me inunda un torrente de ideas que quisiera vomitar de una vez.



¡Y sí, gente!, si hay más historiadores sanjuanenses, hay esperanza para San Juan, existe la posibilidad de que alguno de nosotros haga algo al respecto con el silencio de los muertos. Yo al menos conozco dos chicas más, que mientras yo estudiaba ellas también, conozco gente que le apasiona descubrir detalles de un pasado que les hubiera gustado vivir. Arqueólogos e historiadores, incluso antropólogos y un etnólogo; con ellos me siento como si habláramos de algo que pasó ayer. También hay gente que sin importar la carrera o profesión de origen llena de palabras lo que llamamos historia y son citados sin ton ni son en un intento de entender la neblina. La legalidad de lo que escriben la otorga la llamada verdad histórica justificada en sus evidencias, aunque hay versiones que dan pena, pero ¿cómo contar algo que no viví? ¿cómo dar veracidad y legalidad?

Soy esa clase de chica que le encanta leer novela histórica, novela dramática, la que narra escenas complicadas en épocas pasadas: El conde de Montecristo, Arráncame la Vida, Mal de Amores, Sensatez y Sentimiento, La mano de Fátima, etc. Que busco con fervor películas basadas en hechos reales o en novelas históricas como Belle, Ana Karenina, El pianista, Zapata, El niño de la Pijama de Rayas. Y también disfruto ver el cine de oro: Campeón sin corona, Los tres García, Flor Silvestre, Allá en el Rancho Grande. Veo libros y me emociono, paso frente a construcciones viejas y me paro a admirarlas, vago por bibliotecas, archivos, bodegas imaginando encontrar alguna joya histórica. Me pone triste saber o ver como se destruyen libros o archivos, lloré con la película de Alejandría en la escena donde se quema la biblioteca; y también con la Ladrona de libros. Odio ver libros mancillados, rayados o maltratados. Odio que se use la historia a conveniencia de partidos o causas ridículas. Aún sigue asombrándome el hecho de que haya historia del futbol, del vestido, de la comida sobre todo, mi segunda pasión.



Técnica, método, modelo teórico. Escribo esto como una sarta de mis propias verdades, de lo que me he estado callando desde hace 5 años que inicié la carrera, de lo que el lenguaje parroquial de los académicos no me permitía. Me atrevo a hacerlo con la convicción de que he aprendido lo mejor de mis profesores (a ellos gracias) y es hora de hacer mi propio camino, además de que no será publicado en revistas o medios académicos (obviamente), sino solo leído por algún transeúnte de la red. Y externo hasta aquellos pensamientos que se amontonan en mi mente causando embotellamiento de ideas, con el fin de purgar esta mente exhausta de hacer recopilaciones y reseñas de otros. Porque no pude y no quise hacer tesis, porque veía puras limitaciones, porque no es que me dé por vencida, sino que requiero recorrer otros saberes para resolver mis propios problemas de investigación (y los existenciales). En mi intento de tesis el nombre me estorbada, era un título cuya extensión sobrepasada los dos renglones, que me daba flojera leerlo a mí. Que mi capítulo de antecedentes era otra triste monografía del México posrevolucionario y era agrio agrio, lleno de datos y sin nada de carne. Y ya no sentía emoción por indagar hasta que... mi terremoto emocional arrasó con todo.

Que pienso en esto como en desnudar mi mente para darme un baño a conciencia. Y que si ya se perdió el lector en este escrito poco me importa. Y heme aquí sacando temas al azar con tal de darme gusto, y lo disfruto tanto y me siento liberada y tranquila con cada tecla que presionan mis dedos…  ¡Clic, clic! E S T O Y  D E S H A T A D A. Para hacer una historia responsable, con su luz y oscuridad. Historiadora loca hace un desnudo de mente, se siente tan requetebien ser historiadora, estar loca y quitarme las ataduras que yo misma fui construyendo ante mi propia idea de historiar, barreras que derrumbo para iniciar de cero. ¿Y ahora qué? Ahora empieza lo mero bueno.

¿Qué hay digno de recoger en hojas blancas? ¿Quién se atrevería a revelar hasta sus más profundos pensamientos a una mente curiosa? Todos en mi familia se agarran de la silla cuando empiezo a preguntarles de su pasado, del porqué de sus acciones, el cómo de las circunstancias, es como el juego de las escondidas, donde se ocultan con la esperanza de ser encontrados. Para mi todo tiene que ver, hasta el color de la ropa y su comida preferida; hablan y hablan y es como si un horizonte se abriera ante mis ojos, escenarios reconstruidos en mi imaginación, gente muerta caminando etéreamente por las calles que piso. Les pregunto bajo qué circunstancias nacieron, cómo fue su niñez, cómo se enamoraron de su pareja, qué pensaron cuando nació el primer hijo, el segundo, qué sintieron cuando los veían crecer… Todos terminan henchidos de orgullo, de una oleada de emociones por el antaño, por la alegría de ser recordados a partir de entonces, de haber dejado evidencia oral de su paso por esta tierra de palomas. “Endenantes no había desto o de lotro, mmmta, horita vivimos muy bien…”, “Los antiguos tenía quir hasta Querétaro pa pedir apoyo al gobernador”, “Yo nomás llegué a tercero de primaria, la maestra me enseñó el punto de cruz para tejer”. Tanto que saber, tan pocos interesados, ¿Y quién guardará la memoria?



Yo solo conozco la historia a medias de mi familia, sé solo hasta mis bisabuelos maternos y mis abuelos paternos, son afortunados aquellos que incluso saben la 7 generación ascendente. Mi madre aún nació en su casa, sin intervención de hospitales y médicos, en una casa que me describen de adobe y teja, donde cada mañana se veían las partículas de polvo flotando entre los rayitos de sol… al calor del hogar en un cuarto con toda la familia. La quinta hija de 7 en un matrimonio del Barrio de San Isidro, mis últimos dos tíos no sobrevivieron la infancia, así que se convirtió en la hija menor con tres varones y una fémina mayor que ella. Sin televisión, con una radio que sonaba desde el alba hasta que daban gracias a Dios por el día: “Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, Dios por delante y yo detrás de él…” Hay una foto donde sale el patiecito de la casa, se ve una vaca, gallinas, “el capitán” un perro del que mis tíos hablan maravillas, y entre el montón de muchachos se vislumbra un anciano con facciones tiernas, ojos amorosos, de mi bisabuelo Joaquín a quien no conocí, se dice de él que poseía la virtud de la paciencia y la sabiduría. ¿Y qué te digo? Soy una romántica a la antigua, chorera como no tienes idea, dramática también; y cada vez que escribo quiero hacerlo así. ¿Quién escribirá la historia de mi familia?


Entré en la carrera pensando que solo aprendería datos de la historia nacional, para transmitirlos a la generaciones que están hartas de la historia aburrida, pero quien nos conoce se da cuenta que va más allá de ser su Wikipedia personal, se trata también de escuchar, soy buena en eso; de pensar cómo averiguar lo desconocido, cómo escribirlo, cómo transmitirlo. Un historiador anda de metiche en bibliotecas, archivos, instituciones autónomas y de gobierno, en las casas de la gente y en las calles con la esperanza de que algún muerto suelte prenda. Los profes nos dan lecturas pesadas, otras divertidas, otras ligeras; películas, novelas, documentales, mapas, revistas, nos llevan a museos, sitios y zonas arqueológicas y nos develan sus secretos como docentes, investigadores y guardianes del pasado; alabados sean quienes nos abren hasta sus tesoros con tal de hacer de nosotros profesionistas en excelencia. Debo aceptar que salí de la carrera hastiada, no podía comerme otro libro porque los anteriores no los había digerido, así que me tomé un año para olvidarme de la historia, como puede verse no pude. Pero encontré qué es lo que quiero y la manera en que lo haré, pues he encontrado mi propio camino. Y aquí estoy, escribiéndole a mi pasado para calmar sus reproches, disculpándome con los muertos que he podido ignorar y haciéndome la promesa de empezar un nuevo trayecto.

11 de marzo de 2014

Los productos culturales de mi infancia: las caricaturas y series animadas

El catálogo oficial de bienes culturales es enorme, los hay para todos los gustos, la industria cultural los pone al alcance. Al repasar los títulos de las caricaturas y series animadas que vi durante mi infancia descubrí que son más de 60. Al dar una lectura al texto de Horkheimer y Adorno no pude evitar pensar que el contenido y lo “emocionante” de cada una de ellas estaba ya predispuesto para que me gustara, para evitar la capacidad de análisis y el adiestramiento fantástico de mi realidad, de la tergiversación de la verdad. En cada capítulo de cualquier producto cultural que vi se manifestaba una tendencia a repetir el drama con diferentes personajes y ambientaciones; eran una burla a mi pequeño mundo donde la violencia y los contenidos sexuales estaban prohibidos y precisamente por eso eran más interesantes.

Ren y Stimpy, ¡Ay! Monstruos, La vaca y el pollito, Soy la comadreja, Coraje, Cat-dog, Ed, Edd y Eddie son la clase de caricaturas grotescas que solía ver y ahora no soporto. De niña parecía intrigante que los personajes pudieran ser tan vulgares y divertidos a la vez, me causaba risa y frustración. Dragon Ball Z, Ramna ½ y Digimón formaban parte de esas series que tenían un mundo alternativo a la realidad, uno con extratrerrestres poderosos de los que Goku siempre “nos” salvaba por su amor a la Tierra, otro donde se podía cambiar de sexo con agua fría o caliente, uno más donde las tecnologías habría evolucionado a tal punto que podríamos viajar a un mundo paralelo con digimon.

En todas las caricaturas lo torpe y estúpido se volvió tan usual que lo lógico quedaba excluido de la definición de diversión. Las adaptaciones de los Looney tones, Scooby Doo, La Pantera Rosa, Tom y Jerry a su versión infantil ahora tiene sentido a la luz de mejorar la mercancía de la industria cultural para mantener al espectador frente a la pantalla, al pendiente de los detalles que cambian, pero que en el fondo son la reproducción del original, completamente desvirtuado. Esa fantasía y falta de sensatez se traspasa a las acciones cotidianas, deseando que la “magia” en efecto existiera, borrando la línea entre la imaginación y la realidad; pero esa imaginación ya ha sido moldeada, orientada hacia ciertas imágenes que demandan más productos culturales, para evitarme la fatiga de construir por mi misma algo nuevo bajo el sol, si es que se pudiera.

Cuando no están los padres, física o emocionalmente, la industria cultural se hace presente a través de la caja negra para sustituir el papel de educador, distractor y formador de los juicios, ante la ausencia de los padres el instructor era la programación del “Canal 5” de la televisión abierta, esa televisión tan democrática que solo alcanzaba para sintonizar el Canal de las Estrellas y Tv azteca. Una aparente identificación de mi con los personajes bastaba para quedarse de una a varias horas frente al televisor. Los personajes se mofaban de las normas morales, éticas y religiosas impuestas en casa, pero que nunca se discutía su contenido. Jony Bravo se burla del acoso sexual; la pereza, gula y egoísmo se ejemplifica en Garfiel, Bugs Bunny normaliza el descaro, la mentira, ridiculiza al sensato.

Los padres fomentan la visualización de caricaturas que consideran aptas para sus hijos y satanizan otras más. Daniel el Travieso, Los Picapiedras, Rugrats, The Wild Thornberrys, Dexter, Los supersónicos, Érase una vez la vida e incluso El pájaro loco se ganan el “afecto” de los padres, quienes adjudican a dichas series valores morales y éticos y gran contenido que otras caricaturas han sustituido por la violencia excesiva; o al menos en su opinión, en la formación que ellos mismo tuvieron, basados en los productos culturales que ellos consumieron y que insisten en perpetuar con un argumento tan trillado por la supremacía de otros productos en otros tiempos. Pokemón, Sakura card captors, los castores cascarrabias, Las chicas superpoderosas y Sailor Moon en su opinión no tienen las características necesarias para que sus hijos las vean, por la crueldad, los animales exóticos que asemejan demonios, las actitudes despóticas y su contenido sexual.

Sin embargo las caricaturas evolucionan, ya no es un dinosaurio rosa el que enseña los colores, sino Hora de aventura, Bob esponja o Pocoyo; y nos hace caer en el dicho de generaciones pasadas: “las caricaturas de mi época eran mejores.” Los consumidores mismos excluyen a quienes no probaron esos productos masivos, se les relega del círculo, del chiste, de la risa en común y la diversión; de las discusiones en torno a un capítulo, un personaje… un detalle; se les trata como una especie rara y son empujados a una actualización de sus productos culturales, para ser homogéneos y satisfacer sus necesidades de distracción con los mismos programas.

Los clásicos, esos productos que trascienden épocas por su rating y el beneficio que obtiene de ellas la industria cultural, son nuevamente vistos en la programación normal: Alvin y las Ardillas, Los pitufos, Power Rangers, o las series de superhéroes. Otras quedan en el olvido, recordados por la poca audiencia Dr. Slump, Pepe le pew, Dientes de Fierro o las tres mellizas. Pero el mercado no pierde ninguna oportunidad de lucro y hace programas especiales, ediciones remasterizadas, ciclos de cine, venta y reproducción online; poniendo al alcance de los sentimentalistas a Chip and Dale, Don Gato y su Pandilla, Capitán Cavernícola, El Demonio de Tazmania, La hormiga atómica, etc. Y también están a nuestro alcance los productos inútiles de edición limitada como playeras, muñecos de acción, tazas, lápices y mil tonterías que compramos para recordar viejas épocas, de cuando éramos niños. La industria cultural saca provecho hasta de la nostalgia por nuestra infancia.


Referencia
Max Horkheimer y Theodor Adorno, La industria cultural. Iluminismo como mistificación de masas. Publicado en Horkheimer, May y Adorno, Theodor, Dialéctica del iluminismo, Sudamericana, Buenos Aires, 1988.

19 de febrero de 2014

Hablemos de la tarea. Plagio en los trabajos escritos y el síndrome de la hoja en blanco

Dos palabras, quizás cuatro, cinco... borras todo. A menudo no sabemos cómo iniciar un escrito, las ideas dan vueltas y nada concretamos. Me ha pasado muchas veces y mis profesores me dijeron que se debía al "síndrome de la hoja en blanco". Al principio lo acepté por su autoridad intelectual, pero con el tiempo no era suficiente para explicar lo que me pasaba al hacer la tarea, sentía que había otras cosas detrás de esa "aparente incapacidad". Ahora les comparto lo que pienso de eso, esperando que puedan darse la oportunidad de liberar su potencialidad creativa al hacer sus tareas.


Escribir es una experiencia emocionante porque la mente ordena, clasifica y transforma las ideas a plasmar; a la vez es frustrante por temor a que el "ego" sea destrozado cuando el profesor revise el texto. Para no hacerlo ponemos pretextos como la falta de ingenio, la indisposición, el miedo, la incomprensión de lo que se lee o de lo que nos piden. Los alumnos suelen hacer trampas cuando se trata de un trabajo escrito, dígase resúmenes, reportes, notas críticas, ensayo, proyectos, etc.; no tienen que contármelo lo hice y mis compañeros de clase también. 

Lo más común es encontrar trabajos que cortan y pegan párrafos enteros de páginas de internet: Wikipedia, Rincón del vago, Yahoo respuestas, Monografías.com, etc.; y se delatan por no quitarle las ligas URL y ser idénticos a los demás trabajos, exceptuando el estilo de letra. Hay quienes transcriben párrafos de las lecturas que dio el profesor, creyendo que al seleccionar "los más importantes" habrán satisfecho los requisitos mínimos de la tarea. Otros más escriben literalmente las palabras del autor sin darle el crédito que se merece: sin citas, ni comillas o una referencia de las páginas o libros consultados. Lo triste del asunto es que cuando conocemos lo que es el "plagio" hemos hecho ya un robo masivo de ideas, que por ignorancia o desidia lo habíamos convertido en algo habitual.

Cuando iniciamos el proceso de pensar por nosotros mismos nos apropiamos de frases de los libros, maestros, películas, comerciales y por supuesto las redes sociales mencionándolas a diestra y siniestra como si fueran nuestras, haciéndolo "normal". Cuando comprendemos el transfondo y el alcance de lo ya dicho y escrito entramos a la fase de la vergüenza, por haber sido ladrones de ideas y haber engañado al maestro o quien leyó nuestros trabajos. Pero el maestro no es tonto, conoce las tretas, el error ha sido dejarnos permanecer en ese estado, permitiéndonos entregar trabajos de dudosa procedencia; no obstante hay quienes nos exhortan a evitar el plagio académico, mostrándonos las repercusiones que ese simple acto acarrea: el desprestigio y violación a la ley de los derechos de autor. 

Ya que somos conscientes de la ética a que nos comprometemos inicia una fase de obsesión por dejar claro el origen de nuestras referencias mentales, "influencias". Poco a poco nuestro pensamiento se nutre y nuestra capacidad para razonar se incrementa, reflexionamos y analizamos no solo la tarea sino lo que leemos, vemos y escuchamos. Hay quienes lo descubren fácilmente y quienes tardan un poco más, sin embargo esa capacidad creativa está en todos. Se nos muestra como la originalidad, los aportes, una crítica, juicios fundados, análisis reflexivo, como una estructura y organización dentro del texto, reflejo de nuestros pensamientos. La tarea no es para agradar al maestro, es para enseñarnos a pensar por nosotros mismos, a comprender lo que el hombre ha pensado desde tiempos inmemorables y significar nuestro presente.

En mi experiencia como estudiante he probado muchas técnicas para redactar, organizar mis ideas y las del autor, estudiar antes de un examen o repasar aspectos importantes. A la hora de sentarme a escribir lo que más me ha ayudado es simplemente "escribir", se que parece simplista, pero solo lo es en apariencia. Al poner dos palabras, quizás cuatro, cinco... las que vengan a tu mente has dejado atrás la hoja en blanco y aunque después borres todo lo habrás hecho porque has pensado algo mejor, has decidido que puedes mejorar lo antes escrito. Conforme avanzas, regresas al texto original, lo relees y lo transformas para decirlo con tu propio léxico. Cuando te das cuenta llevas una oración completa, un párrafo, dos, una cuartilla; ves que el segundo quedaría mejor al inicio y lo cambias, empiezas ese proceso de organización de las ideas.

También ayudan las fichas técnicas, organigramas, mapas mentales, conceptuales, seguir una estructura establecida por el profesor o el tipo de trabajo que vayas a realizar (reseña, ensayo, cuento, protocolo, etc.). En todos ellos habrá algo en común: idea general, ideas secundarias y conclusión; un esquema básico de construcción del pensamiento dado por la Lógica, utilizado en todas las ciencias y disciplinas. Con la experiencia te darás cuenta de que tienes una manera especial de comunicarte por escrito, que no dista mucho de la forma en que hablas: los que van directo al grano, los “choreros” (como yo), los que tienen un grado elevado de reflexión, lo que “cantinflean”, los sintéticos, los románticos y muchos más.

¡Arriésgate a escribir!, a ser ético hasta en las tareas más sencillas, a dar el mérito a quién pensó eso antes que tu, a ser corregido y aprender de tus errores. Piensa qué hay detrás de una simple frase, ya sea en la televisión, la radio, las redes sociales, la lectura del profesor, el discurso del político. Escribe lo que piensas y revisa lo que escribes, léelo y reléelo, encontrarás más que decir con cada borrador. Todos los intelectuales lo hacen, ninguno publica su texto a la primera, debe pasar por una revisión, no solo la propia, sino la de editores, correctores de estilo y colegas. Date tiempo para meditar por qué debes hacer esa tarea ¿mero capricho del profesor?, ¿por qué quiere martirizarte durante el fin de semana o vacaciones?, ¿de dónde vienen tus propios prejuicios acerca de la tarea? En resumen: lee, comprende, piensa, escribe y reescribe.

Esperando ser de ayuda y no haberte aburrido me despido de ti querido lector.
DiGaMaLa

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